viernes, 26 de agosto de 2011

Amarga satisfacción

Estuvo allí recostado, enfermo y cansado, con su cabellera larga Alejandro, Eduardo permanecía atemorizado observando, con el cuerpo recogido en culpa y la voz mordida en su interior, pero basto con un gesto de los brazos de Alejandro y cálidas palabras de reconciliación para que Eduardo tornara su rostro compungido en la mirada de un joven alumbrado por la felicidad, Alejandro recibe de largos brazos y barbado apretón a Eduardo, asegurándole que puede ir tranquilo a casa. Entonces se retira calmo, dejando al enfermo en su lecho de calidez, tranquilo porque fue protegido y mirado con fuerza, se le hablo con firmeza y sonrió con transparencia.

Pero Alejandro permaneció con una amarga satisfacción en la boca, no le calzaba que, siendo hijo de Eduardo, fuese él quien debiese cuidar a su padre una vez más.

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