Quiero escribir sobre lo fortuito. Me he encontrado con gente en la “calle”, desconocidos, de esos con los que uno no suele hablar, los que miras por el reflejo de los vidrios del metro, de los que pasan a tu lado y corren la mirada, es a ellos a quienes he acudido y me han encarado. Siempre es extraño he incomodo, darse de a portazos con el desconocimiento, el riesgo de exponerse a alienes de tu realidad, estrujar los sentidos tratando de entender al raro que tienes en frente.
Por supuesto para ellos no es diferente, si les hablas temen, si te hablan temen y nunca sabemos bien que decir, no hay cosas en común (aun) y podrían haber más bien desacuerdos, o ser un alguien agresivo.
Pero la ficción se desmorona frente a la realidad. Cada vez que hablo con un desconocido me encuentro con un mundo nuevo, un agradable momento o una interesante anécdota, cuando un comentario alegra el día o sencillamente me saco una duda que taladraba mi cráneo y no podría haberla disuelto si no hablaba a aquel o aquella en ese momento preciso. He conocido gente con la que me vuelvo a encontrar o quedamos de vernos, también a los otros que nunca (posiblemente) vuelves a ver, y está bien así, volátil e inesperado, con un gusto a intriga y mística humana, dejando tras de sí nuevas amistades o historias interesantes.
Es por ello que ahora en mi ropero cuelga una chaqueta que no me queda, con el olor de un hombre desesperado por la desgracia, y sobre mi mesa yace una roca de un hermano que me contara sobre su familia. A ellos y a tantos otros les doy las gracias por enriquecer mi perspectiva, por desburbujarme. E invito a los demás a ejercer la calidez, la fortaleza de la apertura, cura poderosa a las soledades del ciudadano enajenado, consumido por la soledad y el miedo.