Los ecos perturbaban la mohosa estancia de la catacumba, el chirido metálico se asoma presagiando al lugubre ser, lo sigue el palpitar pesado de sus pasos y su silueta se dibuja a la luz de las antorchas. Encorvado y desgarvado arrastra un trozo de metal, sus junciones crujen secas y ennegrecidas y sus cuencas brillan levemente en la oscuridad, por que el ve mas alla de las penumbras. El viento suena entre sus huesos y armadura oxidada, semejante a un jadeo, mientras deambula vigilante por el laberinto olvidado.
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