(Por Andres Sandoval)
Al escapar de mi nicho fúnebre, si bien sentí un alivio que podría llamar –parecido a la- felicidad, al solo ver el paisaje gris desolado, me invadió un oscuro presagio de lo que vendría. Nunca he temido morir, y si bien a veces lo deseé, esta vez se impuso el instinto. Mi sistema integrado de inteligencia artificial delimita mi campo de acción y preestablece mi ruta por defecto para llegar al lugar; según la microinformación, esta vez no habrá sorpresas. Solo sigo órdenes, como un zombie digital vagando por inercia. Se le podía llamar existencia a ese espectro errante -enajenado por un artificio incorpóreo y abstracto- porque tiene un objetivo y ellos también, lo usan para sus fines, y él los usa para su propio beneficio; haciendo propio el lema de la compañía, “Nuestro bien es el suyo”, que a ratos le sonaba muy razonable. Curiosamente ese fue el último lema que recordaba, de algo que hace mucho se llamaba “campaña”.Contrario a mi augurio, la jornada esta vez no parece traer sorpresas, me abro paso por un planeta vacante más, mismo fin ulterior, avaricia y utilidad, contra sueños y anhelos; viejas proezas que sin alguien quién las recordara, de hecho dejaban de existir. No los juzgo, solo hago mi trabajo -ligeramente desagradable, pero que a veces tiene sus momentos-, haciéndome camino a la refinería ilegal; paradójico adjetivo, ya que hace mucho ni las leyes ni el gobierno eran legales.